Antes de las elecciones de este año, la Silla Vacía publicó un artículo en donde mencionaba el efecto de la captura y fuga de la ex-senadora Aída Merlano. Después de elecciones y con la derrota de las maquinarias en el país, cómo se puede interpretar este efecto.
Una semana antes de las elecciones locales, la Silla Vacía publicó un artículo en donde mencionaba el efecto de la captura y fuga de la ex-senadora Aída Merlano en las maquinarias de compra de votos. De acuerdo a entrevistas a políticos de varias zonas del país, esto puso en alerta a las maquinarias y aumentó su percepción de riesgo de ser capturados; fenómeno que bautizaron con el nombre de “efecto Aída”.
Todo lo anterior obligó a las maquinarias a cambiar las estrategias de compra de votos por otras más descentralizadas, con más intermediarios y menos figuración de los cabecillas. Uno de los elementos que más asustó a las maquinarias era la capacidad de Merlano de delatar a los cabecillas de la compra de votos en el país.
Semanas después, los analistas políticos generaron muchas hipótesis para explicar los resultados atípicos de las elecciones. Si bien las maquinarias no fueron totalmente derrotadas, sí perdieron en muchos municipios y gobernaciones. Las hipótesis van desde que es un resultado del cansancio con la corrupción, un despertar del voto de opinión, un castigo a los partidos tradicionales, un efecto colateral de las protestas en Latinoamérica, entre muchas otras.
En el artículo que menciono al principio, un político anónimo de Santander expresó lo siguiente sobre la financiación ilegal de campañas:
“En un riesgo innecesario que se empieza a correr. Porque apenas uno solo caiga, todos los demás empiezan a ser investigados y el financiador en algún momento van a salir a relucir … Eso no quiere decir que ahora no haya plata, solo que no es la misma, y lo que pasa es que si se mira el costo-beneficio ya no es tan rentable el negocio.”
Es decir, el impacto mediático de la captura de Merlano afectó la relación costo-beneficio de la compra de votos. Si bien el político también hace referencia a que hay menos dinero para sobornos, en mi análisis me voy a enfocar especialmente en si es posible que el efecto Aída afectara la percepción de los costos de esta actividad ilegal.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿cómo podemos medir el efecto “Aída”? Una solución podría ser correr un modelo econométrico con los datos de estas elecciones, sin embargo, el éxito de la estimación dependerá de la capacidad para identificar las variables pertinentes. Por supuesto, el carácter ilegal de la compra de votos haría cualquier intento por recolectar información de los involucrados; una tarea herculina. Aún si se lograran superar todas estas dificultades, el mejor modelo econométrico solo alcanzaría a medir la relación conjunta del efecto “Aída” con cualquier otro evento que pudo haber afectado el resultado de estas elecciones.
Las investigaciones experimentales permiten solventar estos inconvenientes al estudiar de forma científica, la influencia de una variable sobre un comportamiento humano. En un experimento dentro de un laboratorio, participantes reclutados de forma aleatoria siguen unas instrucciones. De acuerdo a sus decisiones y la de otros participantes, pueden ganar o perder dinero lo que genera incentivos para que muestren sus verdaderas preferencias según cada situación presentada. En pocas palabras, los experimentos en laboratorio pueden determinar el efecto causal de una estrategia anticorrupción y la magnitud en la que previene este acto ilegal.
Un ejemplo de este tipo de experimentos es el realizado por Abbink, Irlenbusch y Renner [AIR]. En éste, los investigadores reclutan a un grupo de estudiantes para jugar un juego de dos personas que simula una situación de soborno. Un primer jugador debe decidir si transfiere un soborno a otro, y este segundo debe decidir si lo acepta o rechaza. Si lo acepta, puede devolverle el “favor” aumentándole el pago final. Sin embargo, este favor genera una reducción del pago de otros participantes en esa misma sesión. Es decir, si hay 20 parejas, por cada una que genere un soborno y devuelva el favor, las otras pierden una parte de su dinero. De esta forma la pérdida total para todas las parejas de la sesión es mayor, que el pago que cada una recibe de la corrupción. Tal cual como pasa en la vida real, el costo de la corrupción para la sociedad es mayor que el beneficio individual que pueden obtener los corruptos.
Debido a que en este experimento los participantes no conocen con quiénes juegan, a quiénes afectan negativamente y el acto de corrupción es una acción válida que da un pago monetario, las personas que prefieran actuar de forma corrupta pueden hacerlo sin miedo a ser juzgados. Los resultados y otros experimentos similares, muestran que hay una proporción de personas que actúan de forma corrupta aun cuando saben que sus acciones reducen el bienestar de otros.
En una de las versiones del experimento de AIR se introdujo una lotería que determinaba, con una probabilidad de 0,3%, si la pareja era descubierta. En este caso la dupla quedaba descalificada del juego y perdía todo lo que habían ganado. A pesar de que esta probabilidad era minúscula, el monto de sobornos se redujo en un 35% comparado con otras versiones del juego donde no estaba presente este castigo.
Si el efecto “Aída” logró aumentar la percepción de riesgo de las maquinarias es posible que, como en este experimento, redujera las preferencias de éstas por comprar votos o de los contratistas por financiar esta actividad.
A pesar de lo anterior, cabe la duda de si posible generalizar los resultados del laboratorio al mundo real. Barr y Serra responden a esto encontrando que los estudiantes que provienen de países con peor puntaje en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional, participan más en actos corruptos dentro del laboratorio que estudiantes de países con mejores puntajes. Es decir, los comportamientos que se observan en un laboratorio son capaces de capturar las motivaciones intrínsecas del mundo real.
Resumiendo, es posible medir el impacto del efecto “Aída” en el laboratorio y es posible que éste sea generalizable al mundo real. Ahora para medirlo en el mundo real, se requeriría de un experimento en época de elecciones. Sin embargo, las autoridades no pueden experimentar con quién persiguen para ver qué funciona mejor. Por lo que, con todo lo anterior, los experimentos en laboratorio pueden ser la mejor evidencia para medir el impacto del efecto Aída en el comportamiento humano.
Volviendo al caso de estas elecciones. El efecto “Aída Merlano”, por su alta exposición mediática, pudo haber aumentado la percepción de riesgo de captura de las maquinarias. Esto genera implicaciones de política pública, pues si las personas desisten de participar en corrupción aun si el riesgo es bajo pero latente, una estrategia muy efectiva para combatir este flagelo puede ser perseguir a miembros de la maquinaria de compra de votos y exponerlos en todos los medios. Es decir, las autoridades pueden ser más efectivas si concentran sus recursos en perseguir a los que generen mayor impacto mediático. Porque el impacto deseado no es solo castigar a los culpables, sino también hacer que otros que quieran participar en este delito desistan ante el miedo de ser capturados.